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domingo, 23 de mayo de 2010

La Matanza de Texas (1974)




Dir. Tobe Hooper
Int. Marilyn Burns, Gunnar Hansen, John Dugan
83 min. EE.UU.


Podríamos considerar esta obra como el paradigma de lo que debería ser una
película de terror, así como un hábil ejercicio de estilo y talento narrativo. Hooper únicamente había rodado una película anteriormente, llamada "Eggshells" (1969), que fue un fracaso de taquilla. Por este motivo, cuando se puso a trabajar en "La Matanza de Texas", el director quería por encima de todo “manufacturar un producto brutal, sin paliativos, ni coartadas culturales, que fuera al grano y aterrorizara, literalmente, al espectador” (Romo, Manuel (1998) "La Matanza de Texas". Valencia: Midons Editorial, p. 20), para lo cual tomó como inspiración el caso del psicópata asesino Ed Gein. Junto al guionista Kim Henkel, Hooper terminó en seis semanas el guión de la película que lo encumbraría a lo más alto del cine de género, convirtiéndose en toda una obra de culto que aún hoy día conserva su fuerza y su capacidad de conmocionar al espectador.




El caldo de cultivo sociopolítico en Estados Unidos entre finales de los sesenta y principios de los setenta era propicio. Se vivían momentos de agitación: la guerra del Vietnam y todo el movimiento pacifista que se generó en torno a ella, la revolución hippie, las manifestaciones estudiantiles duramente reprimidas por la policía, como la revuelta en el campus de la Universidad de Berkley, el asesinato de Kennedy y el giro hacia la derecha más reaccionaria con la llegada al poder de Nixon, el posterior escándalo del Watergate... demasiadas emociones juntas para tan corto periodo de tiempo, y ya se sabe que es en tiempos de inestabilidad y de inseguridad cuando el cine de terror – que, como dicen los estudiosos y semióticos, no es más que la sublimación de los miedos de una sociedad – renace y se convierte en el refugio de una sociedad temerosa. (Romo, p. 8)

Siempre he defendido que, a la hora de valorar una película, es necesario hacerlo teniendo en cuenta una perspectiva sincrónica (es decir, el impacto que pudiera tener en el momento de su estreno, el papel de la película en cuestión dentro del marco sociocultural en el que se gestó) y también diacrónica (es decir, hasta qué punto la película está adelantada a su época en la forma de tratar algunos temas o rodar algunas escenas, y hasta qué punto es original e innovadora con respecto a lo que se ha hecho anteriormente).



Toda película, así como una novela o una pieza musical, es fruto de su tiempo, un reflejo de toda una serie de valores e ideas de carácter político, social y cultural que le confieren un tremendo valor sociológico y cultural. Todo eso es mucho más palpable e interesante de analizar en un género como es el terror, cuya finalidad, en un principio, no es otra que ahondar en esa serie de miedos de carácter mítico que se encuentran en lo más profundo de nuestro ser, miedos que no son sólo exclusivos de cada individuo, sino que también reflejan las inquietudes, temores e inseguridades de un colectivo en una época determinada.



Dicho de otro modo, el terror es el género que nos anima a tratar con temas considerados políticamente incorrectos, los tabúes que subyacen en lo más profundo de nuestro ser. Es un género que siempre debe intentar ir más allá de lo permitido, es un género que no puede permitirse el riesgo de dormirse en los laureles. Debe ser transgresor, y nunca autocomplaciente. Debe impactar, soliviantar al espectador. No conformarse con los cánones establecidos, sino tener las agallas de ir más allá de los mismos, no sólo en los temas a tratar, sino en la forma de abordarlos.



"La Matanza de Texas" es un buen ejemplo de este cine de terror con agallas al que acabo de hacer referencia, atrevido, sin miedo a correr riesgo, una obra por encima de todo personal que consigue como muy pocas crear una sensación de angustia y malestar en el espectador. Se trata de una película malsana, enfermiza, rodada a modo de documental, lo cual contribuye a acrecentar su capacidad para impactar al espectador. No es tanto lo que cuenta como la forma de contarlo.



Hooper opta por un estilo narrativo caracterizado por la sobriedad más angustiosa, y nos hace partícipes de unos actos de crueldad y sadismo insondables. "La Matanza de Texas" se beneficia de su escasez de medios y de presupuesto, de ese aire “amateur” ya que todo esto contribuye a hacer la historia más real. Incluso la elección musical, como comentaremos más adelante, acaba resultando la más apropiada dentro del contexto de la película, ya que no desvía la atención del espectador, no acaba cobrando más protagonismo que el necesario en una historia semejante.



"La Matanza de Texas" entronca con la tradición de cine “mondo”, y acaba convirtiéndose en un morboso y macabro documental sobre los salvajes crímenes perpetrados por una familia de psicópatas, siempre desde el punto de vista de sus víctimas, lo cual nos hace partícipes de la terrible pesadilla de unos jóvenes que, uno a uno, irán cayendo a manos del sanguinario Leatherface.



Ya desde el principio está claro que se trata de una película de la que podamos esperar cualquier cosa. No podemos dar nada por sentado. En ningún momento tiene el espectador la certeza de que vaya a haber algún superviviente al final de la película. Esa incertidumbre respecto al destino del grupo de protagonistas es otra de las grandes bazas de la película. Hooper juega con el espectador, no le concede ni un solo momento de respiro.



Aunque la sinopsis argumental de la película pueda condensarse en dos párrafos, la forma de narrar la historia, el ritmo narrativo, el estilo sucio de pseudodocumental, la atmósfera sórdida, malsana, enfermiza que impregna cada fotograma, la descripción de la depravación humana ofrecida.... Todo ello convierten a "La Matanza de Texas" en todo un hito del cine de terror, no sólo en el momento de su estreno, sino incluso hoy día. Dichos elementos acaban formando parte indivisible de la historia narrada:

Hooper llega más lejos que sus colegas en el género y realiza una película donde detalles como el ya nombrado calor, los ambientes malsanos que retrata o incluso su concepto de la América Profunda reflejada en un Texas prácticamente desierto, son conceptos tangibles que no es que ayuden al desarrollo de la historia, sino que son la historia. Porque, ante todo, La Matanza... es un film físico. Aunque pueda parecer producto de algún tipo de paranoia lisérgica, uno se atrevería a decir que se percibe el olor a sobaquina de los personajes, el olor a muerte que desprende la casa de los matarifes, la carne que se fríe, el gordo que escupe, la sangre en la furgoneta... ¡todo tiene presencia en La Matanza de Texas! Y el resultado es un retablo de podredumbre en el sentido más literal de la palabra (p. 33)

No deja de resultar curioso que mucha gente tiene una idea algo distorsionada de la película. Como suele suceder con los clásicos, se habla tanto de ellos que al final se acaban difundiendo y expandiendo impresiones que no se corresponden del todo con la realidad. En el caso concreto de "La Matanza de Texas", mucha gente la considera mucho más “gore” de lo que en realidad es. Y es que realmente Hooper no necesita abusar del “gore” explícito para inquietar y crear malestar en el espectador.



Lógicamente se trata de una película con un alto contenido violento, y en ocasiones esa violencia aparece reflejada de manera directa. Sin embargo, no se trata de una película excesivamente explícita, aunque tampoco lo necesita. Hooper prefiere centrarse en un sádico regodeamiento en el sufrimiento de los personajes, un sufrimiento que acaba por volverse inaguantable, angustioso, y mucho más aterrador que cualquier escena “gore” a lo Herschell Gordon Lewis. Somos partícipes del dolor de la joven cuando es ensartada por Leatherface en el aquel gancho para la carne:

La sangre no importa, no tiene fuerza aquí y Hooper la obvia por completo. Pero lo que sí hace el cineasta es recrearse en el dolor y en el terror de esos instantes porque, no contento con que Leatherface cuelgue a la chica, encima, la víctima – y por extensión el espectador – ha de asistir al descuartizamiento de Kirk. Esta desagradable operación apenas la vemos, pero la siniestra melodía producto de los berridos de Pam y el rugir de la McCullough, al igual que la expresión de terror de la chica, hacen de ese momento otro de los instantes míticos de la película. Es como una escalada de desesperación orquestada de forma matemática, fría y por tanto sádica. (p. 34)

Hooper se limita a narrar de manera neutral unos acontecimientos dantescos que acaban implicando emocionalmente al espectador. La forma de narrar contribuye enormemente a la hora de conseguir ese efecto en la audiencia. No hay más que recordar la escena de la “reunión familiar” de la pobre superviviente con la familia de Leatherface, y cómo el director se recrea, alargándola hasta la exasperación, en lo horripilante de la situación. La protagonista, y también nosotros, está atrapada en un mundo de pesadilla del que no puede escapar, un mundo que resulta aterrador precisamente por que nunca deja de ser real, físico, tangible:

En realidad estamos asistiendo a un inteligente juego que combina lo implícito de no ver ningún momento realmente gore – que ejercería incluso un efecto de catarsis sobre el espectador – con el carácter explícito que supone rodar prácticamente muchas de las secuencias en tiempo real, sin elipsis que puedan sacar al espectador de esa suerte de estado hipnótico y sin efectismos de ningún tipo que puedan recordarnos que en realidad a lo que estamos asistiendo es a una representación producto de una simple y mera ficción. (p. 34)

Mientras que hoy día un puñado de individuos sin talento se apuntan a la moda de hacer cine de terror psicológico sin tener la más mínima idea de lo que esto debe ser (no hay más que sufrir bodrios tales como "Escapando de la Oscuridad", "En la Oscuridad", "The Eye", "Gothika", "Km 666"...), Hooper da toda una lección de terror en "La Matanza de Texas" gracias a una atmósfera muy lograda que huye de efectismos artificiosos y huecos para centrarse en recrear el lado más grotesco de la crueldad humana, de ahí, que, tal y como comenta Romo:

“Con una estética que hereda lo peor y lo mejor del look underground, la película de Hooper se nos presenta también como un monumento a la cultura feísta.” (p. 31)

Ahí está el verdadero poder terrorífico de "La Matanza de Texas". Los asesinos no son personajes míticos, arquetipos del Mal en estado puro, sino simples personas, personas que muy bien podrían convivir con nosotros. Se trata de sujetos aparentemente normales, pero detrás de esa normalidad se esconde un reflejo distorsionado y deforme de la realidad. Es la otra cara, la que permanece escondida. Asesinos en serie han existido desde mucho antes en el cine, pero pocas veces han aparecido retratados de este modo.



Hooper hace hincapié en la degeneración moral y humana de un grupo de caníbales que profanan tumbas y asesinan gente inocentes para subsistir, para poder alimentarse, como parásitos, agazapados en lo más recóndito de la América Profunda, ésa que no se ve, ésa que permanece aletargada, expectante. Aquí no encontraremos moralinas ni “happy ends” al uso. Al final sólo una protagonista acaba sobreviviendo, pero no es difícil suponer que los terribles acontecimientos vividos harán que sea incapaz de volver a integrarse en el “mundo real” como al principio. En realidad ha muerto a manos de Leatherface y sus compinches, aunque no sea consciente de ello.

Psicológicamente hablando, la protagonista ha sufrido un daño irreversible. La adolescente hippie, emblema de una nueva generación de descontento y rebeldía hacia la sociedad, de amor utópico, se ha enfrentado al lado más aterrador de la condición humana, un horror tan impactante como el de la guerra, y que no estaba preparada para afrontar. Y qué mejor manera de concluir este comentario de la película que con esta interesante reflexión de Manuel Romo sobre el film:

Nada innovador, nada nuevo bajo el sol, pero contundente. Una contundencia primitiva que va directa al inconsciente, al inconsciente de toda una sociedad, la americana, donde las formas de la violencia se confunden entre las rendijas de la cotidianidad de todos los días. Pero que nadie se lleve a engaño, en La Matanza de Texas no hay ningún discurso moralista, no, es, simple y llanamente, un estudio milimétrico de cómo funciona la violencia. No hay más. (p. 35)


Escrito por: Luis

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