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miércoles, 19 de mayo de 2010
Primavera, Verano, Otoño, Invierno... y Primavera (2003)
Dir. Kim Ki-Duk
Int. Kim Ki-Duk, Oh Yeong-Su, Seo Jae-kyeong
103 min. Corea del Sur/Alemania
...O lo que es lo mismo, una deliciosa fábula que bebe de la rica tradición espiritual del taoismo y del budismo, y cuyas principales señas de identidad son la parquedad en diálogos, una fotografía sublime, y una historia realmente conmovedora a la par que espiritual. Kim Ki-Duk, autor de la polémica y en momentos repulsiva La Isla, aprovecha en este caso el devenir de las estaciones para narrar una historia muy humana de crecimiento, maduración, "corrupción" y redención, tomando como modelo la vida de una pareja de monjes que residen en un templo flotante sobre las aguas de un apacible lago rodeado de montañas.
Se pueden identificar varios motivos temáticos relevantes en esta película. En primer lugar, el concepto que los socráticos denominaban panta rei, y que ya mucho antes aparecía en tratados taoístas. Este fluir inexorable de la naturaleza se puede apreciar, en primer lugar, en el discurrir del tiempo, reflejado en el cambio de estaciones, cada una de ellas con sus correspondientes simbolismos. La naturaleza está siempre en movimiento, la naturaleza es cambio. La vía del tao está en fluir con la naturaleza, aceptar dichos cambios, lo que en budismo zen denomina wu-wei, la acción de la no-acción. Esta idea no es sino “la de un retorno a la acción espontánea, como la del niño que juega, únicamente por jugar, como la del viento que mueve los árboles, como la del riachuelo que corre” (Ferrero, Onorio, 1995).
El libre fluir de la naturaleza, este perpetuo movimiento, aparece reflejado, además, por el entorno en el que transcurre la historia de la película, el mismo lago sobre el que está sustentado el templo. El agua, incluso cuando está en aparente calma, está siempre en movimiento, siempre fluyendo. De hecho el agua constituye un motivo perenne en la sabiduría de oriente. El agua de un lago es "blanda", pero derriba árboles y casas, es fluida, carente de tensiones, siempre en movimiento, nunca en tensión... en definitiva, la naturaleza se basa en el concepto del cambio, cambios que debemos aceptar, porque ir en contra del libre devenir de la naturaleza acarrea sufrimiento: sufrimiento y miedo a envejecer, a morir en definitiva. Todo esto adquiere aún mayor sentido si entendemos el mismo templo como una imagen proyectada del “yo”, lo cual es un motivo recurrente en la simbología budista. Este “yo” no está erigido sobre la estabilidad de la tierra firme, sino sobre la aparente inestabilidad del lago.
El segundo motivo relevante de esta película es una idea budista, relacionada con la ley del karma y el ciclo de reencarnaciones. Según la ley causa-efecto del karma, toda acción producida en un momento de nuestras vidas acarreará consecuencias en el futuro. Si queremos escapar del ciclo de las reencarnaciones y alcanzar lo que los hinduistas denominan nirvana o el budismo zen denomina satori, la iluminación, el desprendimiento, es necesario llevar una vida virtuosa y pura. Una mala conducta puede llegar a afectarnos en algún momento de nuestras vidas. Y eso puede apreciarse en la vida del joven monje, responsable inconsciente de la muerte de dos seres vivos, un pez y una serpiente, al atarles una cuerda atada a su vez a una piedra en el otro extremo. Esta muerte innecesaria de dos seres vivos supondrá una piedra en el corazón del muchacho, el cual llegará a apartarse definitivamente de la vía del tao para vivir en sus propias carnes sentimientos encendidos como el amor, los celos, el odio y el rencor.
La película comienza con la estación primaveral, primera por convención del año, pero en realidad no existe un principio y un final, ya que, como el yin y el yang, todo es cíclico, con lo que cuando el yang llega a su extremo más alto comienza al mismo tiempo a surgir el yin, y así sucesivamente, sin cambios abruptos. Esa sutileza puede apreciarse muy bien en la austera vida del monje mayor y su joven discípulo en el templo flotante, un templo mecido por unas aguas en constante movimiento... Cada estación está relacionada con un color, con un olor, con un sabor, con un elemento, y también con un animal. Existen dos grandes sistemas dentro del pensamiento y la medicina chinas. El primer sistema es el del yin y el yang, erróneamente concebido como una oposición de antagónicos, ya que el uno conlleva el otro y viceversa. El segundo es el de los Cinco Elementos, según el cual cada elemento está relacionado con una estación, un sonido, un animal, un estado anímico, una fase de la vida...
La primavera está asociada al perro, que representa la niñez y todo lo que ésta implica, tanto en lo positivo como en lo negativo: por un lado, honestidad, lealtad, sinceridad... y, por otro, la ignorancia. Es precisamente la ignorancia acerca de cuál es la naturaleza del dolor la que lleva al joven monje a dejar morir y causar dolor a otros animales. El maestro, por su parte, no interviene, sino que deja que el alumno cometa errores y sufra las consecuencias. Es importante tener en cuenta que el budismo promueve la propia conciencia. El maestro enseña pero no adoctrina, no necesita hablar o marcar directamente el camino a seguir para que el alumno aprenda una lección. Volvemos de nuevo al concepto de wu wei. El maestro apunta el camino al alumno para que éste pueda aprender por sí mismo.
El niño, en este sentido, nos representa a todos nosotros. Nosotros somos responsables últimos de nuestra propia realización y discernimiento. Lo que distingue a una persona virtuosa de las demás no es la ausencia de malos pensamientos, sino la fuerza y la determinación para no dejar que dichos pensamientos y actos nos dominen. No se trata tanto de llevar una vida ascética como de descubrir que la felicidad está, en última instancia, en nuestro interior, y que nosotros somos responsables de ser felices o no. El sabio es aquel que reconoce los malos pensamientos o inclinaciones y que es capaz de no dejar que dichas inclinaciones lo dominen.
Si la primavera se identifica con el nacimiento, el verano se identifica con la juventud, de ahí que en la siguiente "sección" en la que está estructurada esta episódica historia encontremos a un discípulo ya crecido, y a un maestro algo más envejecido. El animal asociado a esta estación es el gallo, que representa la bravura, el entusiasmo, la delicadeza, la juventud... y también la lujuria, el no poder controlarla, con las consecuencias que esto acarrea. De este modo, con la adolescencia llega el cambio, y también llega el despertar de las emociones y los sentidos, gracias a la llegada de una joven a la que el maestro debe curar, joven que despertará la libido largo tiempo aletargada por la ascética vida del joven. El joven monje pasará de una vida entregada a la meditación, al aquí y el ahora, y los rezos, a una vida basada en el yo, en la consumación del placer inmediato, y en la obsesión por poseer lo que tanto se desea. Buda defendía que el deseo provoca sufrimiento, y esta lección la aprenderá el muchacho cuando abandone el templo para irse a vivir con su amada a la caótica y desorientada urbe.
El joven monje, en su búsqueda del amor y el sexo, abandona el templo y todo lo que esto conlleva en un plano simbólico. En la ciudad descubrirá el amor y el sexo, pero también el sentido de la posesión y los celos, lo cual lo llevará a cometer un atroz crimen que supondrá el descenso a los infiernos del monje. Al abandonar el templo, y buscar la felicidad fuera de sí mismo, únicamente encontró amargura y desconsuelo. La reacción del maestro a la marcha de su discípulo es sabia: "ha pasado porque tenía que pasar". El maestro está más allá de los conceptos de la felicidad y la tristeza, ya que es uno con el tao, su felicidad es inconsciente, como lo pueda ser un animal del bosque que cada día se levanta y afronta el momento con la misma ilusión. No desea, y esa ausencia de deseo lo libera del sufrimiento.
Llegamos al otoño, la estación relacionada con la edad adulta. El animal asociado a la estación en esta ocasión es el gato, un animal cálido, afectuoso pero también de mentalidad independiente, y que además es perezoso y sólo busca la comodidad. La misma comodidad que encuentra el maestro en el comportamiento de su alumno cuando regresa al templo cual hijo pródigo. La civilización y la inexperiencia han convertido al monje ya adulto en un criminal, despertando en él emociones muy viscerales con las que el muchacho no estaba nada familiarizado. En un ataque de celos, agredió a su mujer con un cuchillo al verla con otro hombre, y confuso, desorientado, huyó de la ciudad perseguido por la justicia, yendo a encontrar solaz en el templo del que renegó tiempo atrás. En el templo intentará suicidarse, con la airada reacción del viejo maestro, que castigará su insensata cobardía y estupidez. El alumno cae en la actitud cómoda de esconderse de sus pecados en sus propias lamentaciones y justificaciones, en vez de trabajar para restaurar su paz interior y superar de este modo los pecados y los propios errores cometidos.
Allí en el templo tendrá la oportunidad de limpiar su conciencia, mediante la escritura (más bien grabado) de los ideogramas constituyentes de un sutra para limpiar el corazón de todo mal. No es por tanto casual que el maestro utilice la cola de un gato para instar a su alumno a superar su actitud cómoda y vencer con perseverancia y esfuerzo a sus propios demonios. El discípulo, aceptando las vías de redención ofrecidas, resurge de los abismos a los que le había llevado su materialismo extremo. Cuando termina su labor está preparado para volver con los agentes de seguridad y cumplir su condena, aceptando su destino voluntariamente, sin miedo ni inseguridad, porque sabe que en realidad él es uno con el todo, y por tanto no puede morir.
Y llega el invierno, estación asociada a la serpiente, un animal que, en Oriente, carece de las connotaciones negativas propias de nuestra cultura, y que simboliza la vejez, los principios morales y la sabiduría. El discípulo adulto, habiendo cumplido la condena de unos años, regresa al principio, a donde empezó todo... y donde acabará todo. Porque todo acaba volviendo al principio en la rueda de la vida. Allí tomará el relevo a su maestro a la muerte de éste. Si la primavera supone el inicio de la vida, el invierno representa la muerte, entendida ésta no como algo negativo per se, sino como algo necesario para que vuelva a brotar la vida, ya que es un ciclo de creación y destrucción en el que ambos opuestos se complementan perfectamente, ya que ambas son igualmente necesarias para que coexista el equilibrio. El nuevo maestro del templo adopta el encierro voluntario creado por las simbólicas puertas o umbrales que conducen al lago y al tempo, y se entrega a la autodisciplina y al entrenamiento de su cuerpo y de su alma. El hecho de que el monje atraviese el portal, en vez de bordearlo indica que su uso es elegido motu proprio, y no forzado, y representa la moral y la disciplina, y también el comienzo de una nueva etapa en la vida del monje.
Desaparecido el viejo maestro, es necesario que el sucesor se purifique de sus pecados cometidos en vida, que limpie su karma, para lo cual es necesario un riguroso entrenamiento no sólo espiritual, sino también físico. Es impresionante el entrenamiento realizado por el monje en la nieve, practicando formas marciales y ejercicios energéticos de respiración. Esto me recordó la historia del célebre monje budista Boddhidarma (Ta Mo), el cual, al llegar al monasterio Shaolin, descubrió que tanta atención a la mente y el espíritu y desdén por el cuerpo había perjudicado seriamente la salud de los monjes, con lo que les enseñó un sistema de movimientos provenientes de la India y del que posteriormente surgirían muchas de las artes marciales chinas. Toda la secuencia de entrenamiento es magnífica, en la cual el monje trabaja con su cuerpo, su respiración y su espíritu para llegar a lo que debería ser la "finalidad" (si es que podemos hablar de tal cosa en un arte marcial) del arte: la comunión del hombre con la naturaleza, y a nivel personal la fusión entre el cuerpo y la mente.
Sin embargo, aquellos pecados cometidos años atrás a lo largo de toda su vida constituyen una pesada losa que todavía oprime su corazón. Es el karma. Como acto de purificación final, el monje debe, atado a una enorme piedra, subir a lo más alto de las montañas, con una estatua de buda en sus brazos, en la que es, sin duda, la escena más impresionante de toda la película. Impresionante no sólo por la fotografía, sino muy especialmente por la música de Ji-woong Park, realmente espectacular. Concebida como un salvaje e indómito canto al instinto de superación del hombre, la música funciona a la perfección como una ilustración vocal de las emociones y sentimientos del monje durante su iniciática ascensión. La piedra del molino, por ende, representa la losa del arrepentimiento, el karma del nuevo monje. Lo que haces a los demás te lo haces a ti mismo. El monje debe cargar con la losa para poder superarse a sí mismo. Cuanto mayor es el karma más dificultades se encontrará en la purificación. Los pecados cometidos por el monje desde niño hasta la madurez aumentan el peso de la piedra y las dificultades en su ascensión purificadora. Finalmente, con constancia y tesón, el monje alcanza la cima, en la cual permanece meditando, alcanzando el discernimiento del contacto con la naturaleza, del sentimiento de ser uno con ella.
En ese momento el Maestro se ha purificado de sus pecados y ha alcanzado la realización espiritual, se ha librado de la pesada carga que llevaba arrastrando toda su vida. Ya está listo para volver y asumir el rol de "Maestro", el cual guiará a un nuevo aprendiz en la vía del tao. La aparición de la tortuga al final de la película simbolizará por tanto la eternidad del ciclo de la vida, que continua cuando un nuevo niño es aceptado en el templo, marcando el comienzo de una nueva primavera...
En definitiva, se trata de una película profunda, simbólica, lírica y muy emotiva, que quizás tarde un poco en arrancar, pero que suple su pausado ritmo, en conjunción con el pausado entorno en que tiene lugar la historia, con un despliegue visual arrebatadoramente hermoso. La película muestra el cambio experimentado por el joven monje como algo normal, ya que ese amor, esa pasión, y también ese deseo de posesión de aquello que nos gusta, la felicidad, el deseo, la tristeza, la ambición, los celos, la cólera, la ira... son precisamente los rasgos que nos hacen humanos, y no se trata de reprimirlos, sino de observarlos y comprenderlos, porque sólo entonces seremos capaces de superarlos y también de comprendernos a nosotros mismos. En ese sentido, el joven pasó por un proceso necesario en un nivel emocional que le permitirá conocerse mejor, ya que no podemos esperar el mismo grado de comprensión y estabilidad y sabiduría en un joven que en un anciano. Cada momento de la vida es un continuo aprendizaje, y la sabiduría viene precisamente de ese cúmulo de situaciones vividas, emociones experimentadas, y reflexión.
Calificación de la película: ***** de *****
Escrito por: Luis (publicado originalmente en BSOSpirit)
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